lunes, agosto 24, 2009

Exocachondeo

[Publicado originalmente en el número 6 de la Circular Escéptica]
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Actualización de 24 de agosto: en este vídeo pueden comprobar la altura del acto que tuvo lugar en Sitges el pasado mes, detalle al que también me refiero en el artículo reproducido a continuación.

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Nunca debemos subestimar la capacidad del mercado ocultista y de la rumorología patológica de las conspiraciones para poner en circulación una barbaridad más descacharrante que las anteriores, más absurda y más directamente conectada con la explotación del miedo y las preocupaciones sociales. Los críticos, por tanto, no debemos quejarnos, que humoristas involuntarios los seguirá habiendo, y atolondrados encorajinados que les laman las botas también. Todo sea por esa componenda entre el sujeto carismático y la colectividad en la que aquél ejerce su influencia en un ambiente hermético y viciado -aun en la plaza pública-, de conspiraciones, energías libres y nuevos paradigmas.

Un medio ambiente muy parecido a este debió ser el de la reunión sobre «exopolítica» celebrada en Sitges (Barcelona) el 25 y el 26 de julio de 2009, a la que acudieron, según los organizadores, mil cuatrocientas personas, que pagaron entre ochenta y ciento cincuenta euros, dependiendo del momento en que compraban su derecho a escuchar el rosario de delirios correspondiente. Unos setenta medios de comunicación se hicieron eco del «congreso» en el que se presentarían las pruebas de la ocultación de la presencia extraterrestre en nuestro planeta, o de la existencia de los propios ETs, como a usted más le guste. Ya se sabe que en verano estas cosas se venden la mar de bien en los medios ¿informativos? de Internet.

En el vídeo de presentación del acto puede leerse lo siguiente:

«No estamos solos, nunca lo estuvimos. Definitivamente. Archivos secretos. Top Secret. Engaños. Negaciones y mentiras. Abre tu mente».

Y para que quede constancia, la lista de invitados la componía la siguiente peña: Dr. Steven Greer, Bob Dean, Stephen Bassett, Paola Harris, Nick Pope, Dr. Michael Salla, Klaus Dona, Alfred Webre, Dr. Brian O´Leary y representantes de la exopolítica en diversos países europeos, entre ellos un tal Pepon Jover por España. Todos bajo el epígrafe: «Exocon. Evidencia de presencia extraterrestre».

Michael Salla es «fundador del Instituto de Exopolítica, entidad cuyo objetivo es concienciar al público de la presencia extraterrestre entre nosotros, preparar a la humanidad para el contacto abierto con los visitantes de otros mundos y poner las bases de una relación pacífica con nuestros vecinos cósmicos», informó Luis Alfonso Gámez en Magonia un par de meses antes. Verdaderamente esos cursos del Instituto de Exopolítica deben ser el no va más de la risión. Yo quiero ocho o nueve en España.

Además, como maestro de ceremonias -o lo que fuera- estaba el escritor y «roswellista» Javier Sierra.

Ahí queda eso. Si el lector no ha visto una miserable prueba de esa evidencia que nos vendían de antemano en la prensa, en la televisión, en los números de las más importantes revistas científicas que se han publicado en los veinte días que hace que finalizó el acto no es porque esta gente tiene más cara que espalda, no; es porque, en algún momento no determinado, los «hombres de negro» requisaron el material a todos los conferenciantes, o porque les dio vergüenza presentarlas en público, o porque no tuvieron ganas en esos dos días, o porque si las presentaban se les habría acabado el negocio de vendérselas a otro país dentro de unos meses, el viajar gratis, el ver mundo y la cara de los consumidores de conspiraciones a ciento cincuenta euros el kilo, o por alguna otra peregrina razón que a usted y a mí se nos escapa. Pero tenerlas las tienen. Nunca las veremos, pero tenerlas las tienen, no le quepa duda; o mejor sí.

Según cuenta uno de los organizadores de reunión en la web, durante una de las jornadas se produjo un desagradable episodio cuando Steven Greer fue acusado de amenazar de muerte a unas personas del público. Yo de Greer no me creo ni eso. Semejante estupidez -en principio- no puede ser obra más que un fanático con desmedidas ansias de popularidad, así que lo dejamos aparte, y que cada uno, como diría Pérez Reverte, se lama su cipote.

Durante una entrevista que me realizaron en Punto Radio Bilbao pincharon un fragmento de lo que parece ser una declaración inicial de Pepon Jover, uno de los citados organizadores. Jover comunica a los asistentes la buena nueva, preguntado primero quiénes somos y sobre la cosmovisión, que «afecta a los individuos». También les mostró el mito de la caverna de Platón «para que de forma visual podamos hacer un zoom y ver que hay mucho más por descubrir», lo que le lleva a pensar si «¿Vivimos realmente en Matrix?». Anunció que iba a hablar de lo que son los paradigmas científicos, de Kuhn y de la disonancia cognitiva y del antiguo paradigma, «del antiguo, del que ya se queda atrás, que es el de la mecánica newtoniana, el universo como una máquina y del nuevo paradigma, que es el mundo de la cuántica, de la realidad multidimensional, holográfica». Por último, adelantó que hablaría (si no, pocos aficionados a los platillos volantes aguantarían el ladrillo previo, me imagino) del paradigma de la exopolítica, «compartiendo con vosotros la visión de un nuevo inicio, de una nueva humanidad».

No es casualidad -de ello no tiene la culpa Platón- que los habladores del «nuevo paradigma» y conspiracionistas de Internet utilicen el mito de la caverna (República VII, 514a-518d) para sus imaginaciones románticas, vitalistas y anticientíficas. De hecho, creo que el citado mito es tan potente que cualquiera puede realizar una interpretación del mismo con la que arrimar el ascua a su sardina, aunque probablemente algunos de esos ejercicios de interpretación muevan más a risa que a la sorpresa genuina por tropezarte con un pensamiento (ya sea en forma de artículo o de adagio) previamente no pensado por un lector con cierto criterio. En cuanto a Matrix, está todo dicho: no hay otro producto más apto para que quienes se pasan la vida mirando hacia atrás por encima del hombro vean en su trama la «prueba» de sus megalomanías ideológicas.

Tampoco tiene la culpa Kuhn de que la popularización de su difícil obra haya servido para que toda la herrumbre orientalista del XIX y del XX que llegó a Europa, ocultistas y paranormalistas, psicoterapeutas ayurvédidos, mesmeristas-homeopáticos y cazadores de fantasmas usen su terminología para vender su mercancía.

Respecto a la disonancia cognitiva, resulta irónico que un defensor de la «exopolítica» se preocupe de trasladar tal concepto a sus oyentes. Los paradigmas newtoniano, mecanicista y cuántico son cosas que Capra, Sheldrake, Chopra y otros escritores del mercado de la espiritualidad elitista han convertido en frases hechas. Viejos paradigmas con ropajes de la ciencia contemporánea (véase «Quantum Quackery», Victor J. Stenger, o «El mito del alma», de Gonzalo Puente Ojea).

Y así se fue la «exopolítica» con su música a otra parte, como una reina de carnaval llena de plumas y abalorios pero sin sangre azul, con sangre roja y terráquea, con la misma sangre y el mismo ADN que otras creencias maravillosas que la mente de algunos espabilados convierten en dogmas o en sospechas inamovibles, cuentos en los que los críticos y escépticos cumplen también un papel: el de dragones que han secuestrado a la desvalida señorita (ya se imaginan quiénes se atribuyen el papel de caballeros andantes). Si no, la «exopolítica» no existiría, no sería un relato cálido, sugerente y adaptable a cualquier imaginación personal, a las suspicacias y experiencia que cualquier aficionado tiene o cree haber tenido.

Las extravagancias de estas reuniones, las afirmaciones disparatadas, el fuerte olor a timo cultural envuelto en grandilocuentes términos (cambio de paradigma, nacimiento de una nueva humanidad, etc.) no deben llevarnos a desechar su relativa importancia. En mayor o menor grado, sus organizadores y los propios conferenciantes están enviando un mensaje implícito con el que se identifica un buen número de personas: el mensaje de que el orden de la civilización contemporánea se está resquebrajando, está dando paso a otro orden apoyado en otra visión de la naturaleza y del papel del ser humano en ella. Este discurso no es nuevo: es tan antiguo como el mito hindú de la decadencia de los yugas de la edad de oro a la de hierro, y en Europa ha tomado aspectos tanto religiosos de tipo milenarista como seculares en forma de revoluciones. En el caso concreto de la cultura alternativa crítica con la cosmovisión de la ciencia materialista -que es el caso de las ideas que hace suyas la doctrina «exopolítica», puesto que no se limita a la más modesta propuesta de que los extraterrestres nos visitan y hay infinidad de especies alienígenas por esos mundos que sólo los exopolíticos han detectado o intuido- sus propuestas hacen referencia a cambios de paradigma, a oscuras conspiraciones que mantienen ocultos secretos importantes para la humanidad (desde la existencia de otras formas de vida a fuentes energéticas de bajo coste pasando por poderosos grupos de control sin escrúpulos capaces de cometer asesinatos en masa como el de las torres gemelas de Nueva York). ¿Cómo se digiere todo esto, ya que parece obvio que se lo han tragado? Es difícil interpretar esta subcultura. No basta con recurrir a la ignorancia o al dinero fácil vendiendo pacotilla pseudocientífica. Podemos echar mano de etiquetas consolidadas por la historia de las ideas y añadirles un adjetivo que haga referencia a su novedad; por ejemplo, tecno-vitalismo, o romanticismo-digital, o milenarismo-geek. Éstas y otras posibles etiquetas hacen referencia a aspectos de esa cultura que otros han calificado como ciber-misticismo o tecno-gnosis (Eric Davies, «TechGnosis: Myth, Magic & Mysticism in the Age of Information») o ciber-cultura iniciática (Iñaki Arzoz y Andoni Alonso, «La nueva Ciudad de Dios», Ediciones Siruela, Madrid, 2002).

En cualquier caso, cada una de esas marcas necesita ser explicada, lo que arrojaría luz sobre la inspiración, contenidos ocultos y objetivos de quienes envuelven un conjunto de viejas ideas y especulaciones en ropajes poéticos recién comprados en el mercado del lenguaje alternativo. Gerald Holton («Ciencia y anticiencia», Nivola Ediciones, Madrid, 2002) recuerda la semejanza de la subcultura alternativa contemporánea con la de la Alemania de entreguerras. A su lenguaje, al malestar que manifestaban los grupos juveniles, ecologistas y nacionalistas y a la hostilidad que despertaba la ciencia dedicó un ensayo esencial Paul Forman: «Cultura en Weimar, causalidad y teoría cuántica 1918-1927» (Alianza Editorial, Madrid, 1984).

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